VIAJE A EUROPA
8 DE ABRIL DE 1988.
MADRID
MADRID, Madrid, Madrid... Llegamos a un nuevo hotel, bonito y cómodo.
Creo que me gustaba más el Melía Princesa. En él, nos sentíamos en casa y se sabe, uno es animal de costumbres.
Alquilamos un carro y nos fuímos a la Sierra para llegarnos hasta Pedraza. En el camino tropezamos con la nieve y nos bajamos para jugar con ella.
En ese paisaje del Cid, tal cual como Jimena, esperando a su amado en el castillo de Segovia... Ahita del agua del Acueducto y con una estocada en el pecho, recibida del toro de la feria de turno. Pero con la sangre congelada por el frío, la nieve y los vientos que soplan por los pasillos de El Escorial.
Pedraza, uno de los pueblos más bellos a pesar de estarse contaminando por el flujo de los turístas.
Todavía uno se emociona al recorrer el castillo de Zuloaga, donde exhiben sus pinturas y cruzar el puente levadizo para llegar a la Plaza y en una de las esquinas al Llantar de Pedraza y comernos allí el cocido y el caldo que nos obliga a decir que sabroso dame más, y uno mismo se lo sirve por el grifo que nos lo trae desde la olla. y luego si puedes darle fín al lechón y a las verduras del cocido. Esta vez oyendo leer a los poetas que estan concursando... y uno que otro rasgando una guitarra.
Mas tarde, caminar para bajar toda esa comilona y curiosear en la tienda Natura para comprar las velas de cera de abeja y cualquier otro objeto raro o original de los que uno se antoja cuando está viajando.
Luego no sabe qué hacer con ellos, porque ni siquiera los regala, por eso de la nostalgia, y la lástima, o porque el valor de la añoranza es sólo nuestra, y ahí se quedan en el baúl de los recuerdos amontonándose, formando montañas que no tienen precio.
Y luego...
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