HERES COME THE SUN.
Ya estamos en Bangkok. Un nuevo capítulo en nuestro vertiginoso viaje. Seguimos teniendo problemas con los pasaportes especiales, que son unas cartulinas blancas dobladas en cuatro, para colmo ahora manchadas de vino, por estar brindando sobre ellas en el avión, durante unas pequeñas turbulencias.Y nosotros de fiesta, hasta bailamos en el 747. Como les digo, los pasaportes son unas cartulinas blancas, dobladas en cuatro, con nuestras fotos y los sellos de las visas de las diferentes embajadas de los Países por donde vamos a estar rumbo al Congreso de turismo en Turkia.
El T.C. Turizm Bankasi A.S en Ankara. Octubre.
Los funcionarios en los aeropuertos no entienden nada. Todos autómatas, acostumbrados a la rutina de los libritos, que sólo cambian de color según el país. Cuando les ponemos por delante nuestros pergaminos Especiales de Misión. No saben cómo reaccionar. Aquí en Bangkok, son particularmente brutos. Nos tienen sentados, mientras deliberan, va aumentando el número de funcionarios y vemos la extrañeza en sus rostros, mientras van llegando de tres en tres, diez y hasta once, deliberan y se preguntan entre sí.
...Y nosotros sentaditos, imaginando lo que se dicen unos a otros, oyendo el tailandés desagradable por el seseo insistente y lo fastidioso del caso.
Les contamos, nosotros en español y Diego en inglés, que vamos a un congreso en Turquía, les decimos en una babel de idiomas y de mímica, que ya hemos pasado por otros países, que vean los sellos. Tanto, que Marcel Marceau, sería un novato al lado nuestro. Finalmente nos sellan la entrada, después de dos horas en este inmundo aeropuerto. Aquí desconocen la asepsia, los olores son horrendos.
Salímos al sol, con las maletas a cuestas. (Los maleteros están en huelga). Gilberto, apenas puede mover su closet... Y Beatriz y Diego estan al borde de un ataque de nervios.
Dos taxis por pareja para llegar al hotel, cada uno en un taxi, cuidando el equipaje, en caravana, sin poder ver nada del paisaje por el maletero dentro de los autos, hasta llegar al lobby del Sheraton Bangkok. Primera sensación agradable, el hotel es muy lindo, luegos las suites con frutas y flores y unas tarjetas del gerente: ¡With the complements of the Manager!. Para nosotros, los VIP del otro lado del Oceano, desde Caracas...
Nos bañamos con sales y después de comernos las frutas. A la calle, a recorrer la ciudad con su gente y sus templos.
Nos montamos en unos carritos que van sobre las carrocerías de motos de tres ruedas, y uno se va en carroza, pintada de colores, por toda la ciudad. Tropezándonos con los bonzos, con sus trajes anaranjados, y admirando los soberbios templos que hay aquí en Bangkok , con las paredes revestidas de porcelanas y las puertas hojilladas en oro. Las mujeres monjas, con sus batas blancas y las cabezas rapadas. Las mansiones, con sus casitas para los espíritus, en las ramas de los árboles de los jardines. Y el enorme río que atraviesa la ciudad, repleto de botes mercados, botes casas y niños bañándose en sus aguas. Y todo ese gentío en las calles. Un maremagnum de sensaciones.
Al final del día terminamos bailando en la discoteca del hotel, oyendo un conjunto inglés de música beatnick que estaban presentando, buenísimos, pero no logro recordar el nombre.
Hoy tomaremos un tour con una interprete para ir a conocer los Templos del Emerald Buda y Gold Buda.
El buda de oro resultó impresionante, por su tamaño, al llegar allí pasas por una enorme galería con los budas en fila a todo lo largo del Templo, hasta llegar al Gold Buda: 5 toneladas y media de oro macizo, 24 kilates. Que yo, hubiera derretido, para repartirlo entre tantos pobres e infelices como se ven por las calles.
Da la impresión de que los tailandeses viven con un sentido tan religioso, que sus vidas parecen girar alrededor de sus Budas.
Nos montamos en una lancha para recorrer el río.
Un río donde todo es posible, fuente de vida, es también en ese inmundo río donde desembocan las cloacas, se bañan los niños y se hacen negocios de corrrupción, todo transcurre en el río, menos tomarse sus aguas, las cuales según la guía: les llegan purificadas por tuberías.
Y durante todo el trayecto, se contemplan las casas, con sus casitas para las Almas, en los árboles de los jardínes.
Los Templos imponentes. El Emerald Buda, fabuloso. El Palacio del Rey, amurallado rodeado por un profundo fozo, que lo separa de la ciudad, los jardínes y las granjas , que uno ve desde afuera, además de una bandera, que señala si se encuentran en Palacio. Allí, con la bandera izada, permanecen sin enterarse de lo que acontece afuera.
De la miseria que hay por todas partes mezclada con la cantidad de monumentos dedicados a la memoria de los antepasados del Rey. Y el monumento a la Democracia, con que uno se tropieza al final de la avenida más concurrida. Qué ironía.
Las avenidas de las joyas, nos dejaron asombrados. Por lo demás, no es mucho lo que puede buscarse en esta ciudad cuna de la prostitución y del vicio.
A pesar de estos contrastes, comimos en el mejor restaurant francés que se encuentra en Asia, de fama internacional, con una vista impresionante de la ciudad desde el penthouse donde está ubicado.
Tambien presenciámos una pelea de Tai Box: pelean con pies y manos, hasta que uno de los contrincantes queda en la arena tirado, medio muerto y sangrando.
A los Budas en los Templos les ofrendan las cabezas de los cerdos y las visceras, pintadas de azul o rosado, con anilinas vegetales. Según la guía, nada se pierde. Las colocan a los pies de las estatuas, en unas poncheras de plástico y allí permanecen al sol, repletas de moscas durante todo el día, luego las recogen para cocinarlas y alimentar a los bonzos... ¡Por Dios!
De ahora en adelante comeré los maníes y las galletas de soda, que siempre llevo conmigo para cuando no puedo con el menú.
Aunque aquí la comida es rica, la que más nos ha gustado, sus arroces mezclados con vegetales, frutas secas y camarones y los guisos de pollo.
La moda no se parece a nada que hayamos usado, la occidental se quedó en los años cincuenta y la típica unos disfraces, total que no compramos.
Gilberto y Diego fueron a los masajes. Llegaron decepcionados, ya que hasta las cremas eran las baby Johnson del frasco rosado.
Así vienen desde Tokio, buscando con ilusión en cada ciudad, el Rito... Para llegar decepcionados la mayoría de las veces.
Nosotras, Beatriz y yo, dedicadas a las tiendas, pero sin poder comprar, la moda, horrible, quedadísima, las joyas, carísimas. Unicamente compramos anillos de plata esmaltados en unos colores espectáculares, eso sí.