En transito por la India.
Salimos para Nueva Dheli. Son las nueve de la mañana, el día está agradable, el clima fresco, dejamos atrás. Entre otras cosas, las casitas para las Almas. Los Budas y sus Templos. El Monumento a la Democracia. Las comidas. Y esa miseria Milenaria, que nos recuerda lo joven de nuestra América y lo que nos falta por sufrir.
Llegamos al aeropuerto en Nueva Delhi y nos dirigimos a las tiendas de artesanías: cosas muy bellas, elefantes, cojines y bolsos de tela con incrustaciones de espejitos. Compramos una barbaridad.
Tuve necesidad de ir al baño, en el trayecto, iba observando la infinita pobreza, que por el entusiasmo de los objetos, no había notado. Al llegar, imposible hacer nada. Una paria dormía a la orilla de la poceta. Me devolví llorando.
Definitivamente, a Oriente, lo veo en ruínas. Sus tradiciones milenarias ya no lo sostienen. Sus tronos de malaquitas y mantos de tisú, han acabado con todo. No vemos por ningún lado la pureza de nuestros jóvenes países... Aquí la tierra ha sido sudada, arada, arañada. Las personas llevan los milenios a cuestas, como el hombrecito de la emulsion de Scott, su bacalao.
Sus hombres, mujeres y niños, se doblan por el peso de la historia.
Continuámos vuelo vía Karachi, en Pakistán. Son cinco horas detenidos en el tiempo. Con el Sol, grande,rojo y redondo, que no encandila. En el mismo lugar. Como una luna marciana. Como el ojo abierto de un buho tuerto, que asomado por la ventana del avión, nos acompaña.
Y abajo, el desierto que nos separa de Karachi. Y las pequeñas ciudades que desde lo alto, parecen caravanas de camellos montados por sus bereberes orando... Alaaa, Alaaa, Alaaaa...
Cuando lo comenté, no podían de la risa. Pues seguramente eran las refinerías del petróleo. Y ahí estaba yo, viendo caravanas, además de oírles los rezos.
PAKISTAN, KARACHI. UNA TORMENTA DE ARENA Y EL DESIERTO POR TODOS LADOS.
Algo curioso: las casas son fosos enterrados en la arena, con apenas unas ventanitas inclinadas para cortar la arena de las tormentas y que entre luz, aire y un poco de sol los proteja del frío que ocasiona la sombra en el desierto.
Las personas parecen cebollas humanas, usan ropas, una sobre otra, la mayoría negras, para crear una cámara de aire y así mantener la temperatura del cuerpo, para no deshidratarse. Creo que apenas se bañan en el agua marrón de los Oasis y despiden un olor penetrante, mezcla de los unguentos, aceites y cordero. Pienso que la Mirra, la usaban desde hace siglos para alejar esos olores. Incienso y Mirra desde los Orígenes...
Menos mal que me aprovecho de los pistachos, las almendras y los dátiles, y si acaso el pan. De resto, lo demás es intragable.
Continuamos el vuelo, abajo quedó el desierto, la luz de un nuevo Sol, se estrella contra la ventanilla del avión.Gilberto, Beatriz y Diego con los antifaces, para dormirse . Y yo, con insomnio del día encandilante. Atrapada, mirando a través de la ventana, las nubes, imaginando ser, un cactus coyote, morada del buho tuerto.
Las horas se hacen largas.
Help!
Ya perdimos la noción de los días y de lo que estará pasando en nuestro querido País. Y nuestras queridas hijas que dejamos tan pequeñitas y de las que no sé casi nada, pues la comunicación es muy difícil. Las pienso.
Las pienso siempre en este trajín, las llevo conmigo.
Continuará.
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